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31.5.15

LASTIMA BANDONEÓN


Tenía que ilustrar unos poemas de Juan Gelman, y decidí dibujar un bandoneón. 
A través de un amigo alguien me prestó uno. No fue fácil conseguirlo, había pocos me dijeron, porque no se fabricaban más y cuando una orquesta viajaba a Japón llevaban algunos de más y allá los vendían a muy buen precio.
Era un instrumento que tenía su historia. Quien me lo facilitó era la viuda de un músico tanguero. Me aseguró que este instrumento tenía vida propia, alguna vez, me dijo, al entrar al cuarto donde lo tengo guardado irradiaba una luz, como si saliera de adentro.
Lo dejé en una mesa de mi estudio, cada vez que lo miraba recordaba las palabras de la mujer.
Poco a poco lo fui dibujando, desentrañando la geometría que ocultan sus líneas.
Una tarde intenté sacar algo, como alguna vez hice con un violín o una guitarra. Pero era imposible, casi como si me hablaran en mandarín básico.
Mientras tanto el dibujo comenzó a aparecer, recuerdo que lo terminé una noche muy de madrugada, antes de irme a la cama, lo tomé y nuevamente intenté sacarle unas notas, solo unos sonidos dislocados que me hicieron dejarlo inmediatamente en la mesa.

 Cuando apagué la luz, lo observé no sin algo parecido al rencor, entonces, una luz submarina comenzó a emanar desde su interior. Fue un instante.

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